Las causas más habituales son infecciones bacterianas o víricas, así como causas alimentarias, como la ingesta de alimentos inadecuados o en mal estado o los cambios repentinos de dieta. Por lo general, son procesos que pueden controlarse con una restricción de la ingesta de sólidos durante uno o dos días y la aplicación de dietas blandas, pero existen casos en los que será necesario acudir cuanto antes al veterinario.